Cómo sangre para Halloween

sábado, 31 de octubre de 2009

Crujía el suelo de la vieja ermita bajo los pies del sacerdote. Jorobado, calvo, tan cascado como su chaqueta azul; pero de piel tersa y brillante, gracias a una dieta especial.
 Echó éste un par de troncos más al fuego, después los golpeó con el atizador, con saña, como si fustigase a un gato entrometido "Toma tronco, toma!" acabando cansado. La puerta se abrió de un golpe. El sacerdote se asustó llevándose las manos al pecho, soltando sin querer el atizador, el cual quedó casi en el fuego. "¿Quién va?" no obtuvo respuesta. Observó cómo se batía la puerta, una y otra vez "El aire ha sido, nada más.El aire juguetón" rió nervioso mientras cerraba pasando el cerrojo.
 Fuera, un abedul grande y seco recordaba los viejos tiempos en los que había navidad y en los que era verde. Los niños se le acercaban y colgaban adornos después de misa. Eran tiempos de luz, sin embargo, el astro luminoso no se quedaba mucho tiempo por aquellas tierras y el verde de los árboles se tornó madera seca.
 Más allá, el cementerio llevaba albergando cuerpos muertos desde hacía siglos y algún que otro vivo también.
 El decrépito jorobado abrió el mueble bar y sacó una calabaza alargada, con un tapón de hueso, un hueso fino y alargado que le daba un sabor especial. Acercó los labios y algo se derramó de entre ellos.
 "Uno, dos y tres" "¿Quien ha dicho eso?" "Hasta tres esqueletos en la despensa" canturreó otra voz. El viejo dio una vuelta entera sin soltar la calabaza "Tres sin enterrar, él se los guardó" dijo una tercera voz "¡Demonios causados por el alcohol! Tranquilízate, eso es lo que son" "Tres esqueletos, todos pequeños ¿Por qué los escondes? ¿Qué haces con ellos?" Entonaron las tres voces. Una canción inocente aprendida para la noche de las brujas. "Truco o trato, niños, truco o trato. No lo habéis dicho. Si asomáis la carita, os daré chucherías" No hubo respuesta, el sacerdote se acercó a la puerta para mirar fuera, por si hubiera tres niños haciendo la puñeta. Pero el cerrojo no se movió, dejó la calabaza alcoholizada en el suelo y lo intento con las dos manos. El nerviosismo comenzaba a hacer mella. Ahora ya no cantaban, los tres imitaban su voz "Ven pequeño, ven, tengo un regalo para ti. Pero es un secreto ¿No se lo habrás contado a tus padres, verdad?".
El jorobado calvo buscó a tientas su crucifijo con ambas manos mientras escudriñaba la habitación que un día habitaran los fieles. Más no encontró crucifijo, hacia tiempo que le molestaba su tacto a la piel.
"Sed buenos y salid de donde estéis" No terminó la frase, unas manos le apretaron el cuello, manos invisibles, pequeñas y fuertes, fuertes de rabia "Ahora callarás, niño ¡Que carne tan joven, que rico mordisco te daré!" Empezó a sangrarle la mejilla izquierda, hasta que ésta se desprendió.
 La presa terminó con un aullido de dolor, como se quejaran otros antes. Pensó en escapar atravesando el ventanal, pero ahora ya no tenía caballo, éste le repudiaba y no soportaba su tacto. Las mallorquinas se cerraron todas de golpe y de tres esquinas aparecieron tres niños de piel azulada "El que a hierro mata, a hierro lo paga" dijeron. Ahora el sacerdote se llenó de furia "Hierro queréis, hierro tendréis" y cogió el atizador...sólo por un segundo, hincó las rodillas en el suelo y soltó el atizador por segunda vez mientras volvía a gritar de dolor, la vara de metal estaba al rojo vivo en la punta y ardiendo en el mango. El sacerdote se agarraba la mano abrasada. La sangre de la mejilla ya manchaba toda su ropa y decoraba la sala en una escena dantesca, mientras los niños se acercaban con paso aciago "¡Atrás, atrás demonios, soy un siervo de Dios!" "Tu Dios no nos protegió a nosotros" "Tampoco lo hará por ti ahora" Los dos que hablaron lo cogieron por las axilas. El tercer niño se dirigió hacia el atizador, el sacerdote sonrió esperando regocijarse con el dolor del pequeño. Éste cogió con decisión la vara ardiente y se dirigió hacia su víctima, esta se quedó pálida al ver que no se quemaba y cómo la punta ardiente se acercaba más y más "Piedad, piedad por lo más sagrado" pero no hubo respuesta, el atizador ardiente entró por su ombligo y fue subiendo por todo el cuerpo, desde varios kilómetros se oyeron los gritos, pero nadie quedaba ya por allí, a excepción de los habitantes del cementerio y el viejo árbol.
 A la mañana siguiente, el sol asomó tímido por entre las montañas, un colgajo se batía de la rama principal del gran abedul, sus tripas hacían de soga para un cuerpo que se movía como un badajo sin campana. Ningún cuervo se acercó, ninguna hormiga, ni avispa lo rozó. Ninguno quería tocarlo y así se fue secando hasta convertirse en una figura irreconocible. Era primero de noviembre y un brote asomaba del árbol "Quien sabe, quizás llegue a estar verde para Navidad".

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