Montañas salvajes

martes, 31 de julio de 2012

-¿Y dice usted que encontraremos soldados aquí?
-Por su bien espero que si.
-¿Por mi bien?
-No, por el de ellos. Pero tranquilo, eso no va a ocurrir, la prisión de Valparaiso esta llena de acero. Torcido como una hoz, no le digo que no, pero los castellanos somos tan valientes como humildes.
-Comprendo.
-No, no lo comprende. Por una bolsa de septims tendremos todos los soldados que podamos controlar. Son como perros salvajes, hay que morderles y mearse en ellos, después de eso ya son tuyos.
-Espero que no esté siendo literal.
-No, no creo que sea necesario llegar tan lejos, soy de esa clase de hombres que inspira confianza. Mi cara es mi hoja de servicios.
-En fin...

   La ladera de la montaña tenía un tono pardo y seco. El viento se llevaba el calor y los caballos parecían no fatigarse ¿Tendrían sangre de mula?

    A dos horas de camino ya se apreciaban las enormes murallas, el edificio se asemejaba a un palacio de las llanuras. Aunque su interior estaba lleno de la peor escoria de Castilla y las razas del continente. Caldero del asesino la llamaban sus habitantes.

-Don Alberto
-Dígame, magister.
-Y si los soldados no les parece suficiente la paga.
Una risotada llenó el camino
-¿Qué le hace tanta gracia?
-Los soldados no verán ni un puñado de sal, el dinero es para el alguacil y algún bravo. La soldados se presentarán voluntarios...o los pasaremos a cuchillo.

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