Montañas salvajes 3

sábado, 25 de mayo de 2013

El Caldero del Asesino es una estructura de 16 acres dedicada a hacinar a la peor escoria castellana. Su aspecto de casa de verano engaña a los despistados viajeros y así cumple las reglas morales Castellanas, esconder la mierda.
De relieves adornados, balaustradas bien decoradas y el aspecto de alojar a la nobleza de la zona; nada más lejos de la realidad.

El Magister Adam y Don Alberto se presentaron ante la puerta y salieron 2 guardias.
-¡Cuánto tiempo malandrín!
-El bueno de Rogelio ¿Sigues vivo?
-Ya ves que sí, aunque se empeñen en lo contrario- Haciendo referencia a los internos.
Y así siguieron mientras los acompañaban al interior. La muralla formaba la primera pared de las estancias del personal, quinientas almas entre guardias, cocineros, factótums, esposas y niños.
En el centro, un donjon encalado lo presidia todo, rodeado de seis escaleras para los niveles superiores.

Tanto Rogelio como Alberto sabían a que venían, el alcaide había sido advertido y había dado su beneplácito. Todo por el reino.
Un mozo se encargó de las monturas. Se quitaron el polvo del camino y se refrescaron. Rogelio les acompañó al comedor, donde quedaron en comandita con tres picheles de vino.
-Jamás pensé que te vería de vuelta por aquí- Dijo Rogelio, después de pegar un trago.
-Y mucho menos sin esposas que me retengan.
Adam meneó la cabeza, como confirmando sus sospechas, su acompañante era un criminal más. Sus modales no podían provenir de otro lugar.
-Magister- Dijo el carcelero- ¿Cómo habéis acabado con semejante compañía?
-Gracias por lo que me toca- Replicó el aludido.
-Bueno. La corona quiere saber si esta empresa es o no una locura, si realmente vamos a conseguir espadas obedientes por un buen precio.
-Ya le he dicho que sabes elegir- dijo Alberto dándole un golpe amistoso.
-Aquí tiene la prueba, Magister. De asalta caminos a caza recompensas al servicio de la nobleza.
-¡Y de la realeza!- puntualizó Adam
-Sí, de esa también- dijo Alberto, aprovechando para dirigir la conversación hacia los reclusos.
Al poco, se acercó un tuerto con sendos platos de puchero humeante, del que dieron buena cuenta los viajeros.

Adam se fue a descansar a sus habitaciones. Rogelio y Alberto pasaron el día valorando a los presos, que por turnos de 3 horas, salían al patio a estirar las piernas. Así toda la chusma no estaba al mismo tiempo suelta en el patio y en caso de revuelta, eran más fáciles de controlar.

La noticia ya había corrido entre los presos y más de uno se había acercado a saludar a un antiguo compañero, aunque a distancia. Pues en aquel lugar sólo había dos bandos y la paz no duraba siempre.

Al primer turno de la tarde se les hizo formar por escuadras de a 12, muchos de los reclusos se alegraron de recordar viejos tiempos, cuando servían bajó alguno de los muchos estandartes de aquella tierra parda.
Rogelio y Alberto hincharon el pecho al ver a aquella orgullosa chusma flaca y llena de liendres, bandidos, ladrones, violadores... lo peor de aquella tierra, pero listos para dar su vida por aquellos que los habían apresado. El magister Adam los miraba atónito sin entender, pues ni toda la filosofía podía explicar aquella fidelidad y disposición.

-Mi nombre es Alberto Saavedra. Algunos ya me conocéis, mis huesos pasaron 5 largos años entre estas paredes, hasta que la corona me llamó a servirla, y dar mi vida si se terciaba, por una causa más o menos justa.
-Dentro de dos días llevaré a doce de vosotros conmigo. No sabréis de la naturaleza de esta misión hasta que sea estrictamente necesario, obedeceréis en todo momento, no se tendrá piedad con quien no se atenga a mis normas.

Rogelio fue llamando uno a uno a los mejores candidatos, vendiéndolos como animales y Alberto se quedó con doce de ellos. Se les dieron embutidos y quesos, alimentos que no cataban más que un par de veces al año y en pequeñas porciones. Todos aceptaron sin dudar, tan peligrosa podía ser una escaramuza dentro como fuera de la prisión y al menos fuera irían armados y verían la luz del Sol.

En el turno siguiente se repitió la misma operación, apartando a otros doce. Alguno preguntó para que necesitaban veinticuatro si sólo saldrían doce. No se le dio respuesta.

A la mañana siguiente doce espadas castellanas, ni nuevas ni viejas, amanecieron clavadas en mitad del patio.
Once fulanos del primer turno aparecieron dispuestos a empuñarlas, el último había aparecido con las tripas por fuera y sin queso ni embutidos en su poder. No tardaron en sustituirle.
Los dividieron en dos grupos y designaron dos capitanes, se enfrentarían hasta no encontrar oposición o hasta que muriese su capitán.
Algunos tomaron el acero sin vacilar, el resto se miraban para ver quien hablaba primero. Mirando de hito en hito al extraño que les ofrecía la libertad. Pero Rogelio sabía de qué pasta estaban hechos, finalmente cada dama plateada encontró un caballero que la empuñase.
Tres libras de delgado, largo y mal afilado acero.
La lengua seca, las manos temblorosas, los ojos acechantes y los filos a punto.
Los dos grupos se lanzaron uno contra otro sin demasiado orden. Uno de ellos había planeado una estrategia para proteger al capitán, pero todo se fue al garete en cuanto el primer cuerpo tocó el suelo. De entre todos, dos destacaban, Puto y Sebas, codo con codo flanqueaban al mismo adversario hasta que este caía, sin cuartel, fueron cayendo uno tras otro bajo sus aceros, hasta que un pistoletazo sonó. Aunque la pareja se había portado en lo tocante a dar tajos, su capitán se agarraba la pierna, intentando parar la hemorragia. Sólo cinco quedaban en pie, cuatro estaban tiesos y el resto quizás se recuperasen.
Los supervivientes fueron atendidos y llevados a unas celdas dentro de la fortaleza. Aunque encerrados, disfrutarían de una cama mullida, comida decente y de vez en cuando verían pasar a alguna moza de cerca. Todo un lujo.

El segundo grupo saldría a la arena en breve, algo se estaba cociendo en aquel hervidero. Los cuchicheos y las ideas iban y venían.

2 Comentarios:

jdelasmuelas dijo...

El combate en la arena me ha parecido rápido y ligero como una escaramuza, casi saboreo el polvo levantado por el primer grupo.

He echado en falta una continuidad clara entre este relato y los anteriores pero creo que es culpa mía pq no reucerdo bien los otros.

Hay un doble guión que no debería estar ya que se supone que es el mismo pj el que lo dice; es donde dice "mi nombre es Alberto Saavedra..." y "dentro de dos días..." parece un diálogo ¿lo es o es un monólogo del mismo pj?

Por lo demás genial y manteniendo la intriga hasta la siguiente entrega jejejeje

Un saludo.

Luferbal dijo...

Cierto lo del doble guión.
La continuidad viene del primer capítulo que es muy corto.
A ver si gusta el cuarto :)