Montañas salvajes 4 - Karina y Gabin

sábado, 15 de junio de 2013


Cuando el Sergeant dejó la posada, Gabin cayó sobre la mesa. Hundido, vencido. Karina, con su pelo suelto y rojo como el fuego, se dirigió a él como un relampago.
-¿Qué pasa mi amor? ¿Qué te ha dicho?- le preguntó ella poniéndose a su lado en cuclillas.
Gabin se mesó el corto y canoso pelo que le quedaba.
Suspiró, como si con eso dijese mucho. Estaba a punto de llorar, pero no iba a suceder.

Karina tenía el corazón en un puño de verlo sufrir. Sabía que era un hombre fuerte, que había pasado más que nadie en su vida. Durante muchas noches, después de hacerle el amor apasionadamente, y siete de ellas, después de engendrar a sus hijos; él se había sincerado, poco a poco. Como una cebolla fue perdiendo sus capas para mostrarle su corazón, y cuando eso sucedía, lloraban. Frente a ella si que podía, en su intimidad, junto a la mujer que lo arriesgó todo por amarle.
-Quieren que vuelva, Karina. - Ella no entendía que quería decir. Gabin continuó, todavía mirando la silla donde se había sentado el suboficial - Dejé esa parte de mí atrás, hace mucho tiempo, no quiero volver- y entonces se giró - No quiero dejar esta vida.
 Ninguno de los dos sabía si se refería, a seguir viviendo o a abandonar la tranquilidad que había encontrado hacía más de una década.
Karina tomó una silla y antes de sentarse giró con fuerza la de su marido, para le mirase de frente a frente. Era como si Gabin hubiese encogido.
- Cuéntame que te ha dicho Omer, palabra por palabra.
Y obedeció tan bien como pudo.
Habían encontrado unos paisanos suyos, de la otra parte del mar y del mundo, habían venido del este y no se sabía a que. Lo único que podían decir es que estaban evaluando sus fuerzas, haciendo preguntas, averiguando todo lo necesario antes de realizar un asalto. Quien les había enviado y con que intenciones no consiguieron sacárselo. Y aunque los hombres de los caballos no eran castellanos, sabían torturar, lo único que hacía falta eran pocos escrúpulos y experiencia.
Uno de ellos tenía un documento encriptado, el más joven, el menos curtido. Le sacaron lo suficiente para poder descifrarlo.

"Enviad la información a Don Fernando Onrubia, al que encontraréis en Zamora. Marquesado. O bien a Don Alberto Saavedra, barrio de los segadores.
1- Localización.
2- Entradas y salidas para 3
3- tiempos"

Las dos personas a las que nombraban habían sido pupilos suyos en sus tiempos como mercenario. Alumnos aventajados que aprendieron a ganarse mejor la vida que yendo de una guerra a otra. Sobre todo Fernando, sabía moverse entre nobles, siempre había apuntado maneras. Alberto le sorprendía que siguiese vivo.
- Y donde entras tú ¿A qué tanto drama? - Karina se arrepintió de haber dicho eso - ¿Es que quieren hacerles algo malo a esos dos? No pueden montar una guerra por esto ¡Sería absurdo!
-No están tranquilos. Damos por supuesto la paz, pero los gobernantes tienen que estar atentos a los peligros.
-¿Y como sabían lo de esos Fernando y Alberto?
-¡Cómo voy a saberlo! Me habrán investigado, o lo habré contado yo con los que creía mis amigos, vete a saber.
-A mi no me hables así- puntualizó señalando con un dedo- y no levantes la voz, a estas horas ya debe de estar todo el pueblo enterado de que algo pasa, no les demos más munición para los chismorreos.
Gabin intentó componerse.
-Sigues sin decirme como entras tú en todo esto.
Así, terminó contándole la amenaza de Omer, la necesidad de ir a Castilla para investigar e interrogar a sus amigos. En una palabra, espiar, en un país que se distinguía por tratar a los espías peor que a los adoradores de los antiguos dioses. Si lo atrapaban ya podía clavarse una daga en el corazón y evitarse el sufrimiento.
- Voy a hablar con mi familia de esto. No se puede consentir una amenaza a un ciudadano libre.
- Soy un extranjero, por mucho tiempo que lleve aquí, sigo siendo diferente - A Karina se le puso tan roja la cara como el pelo.
- ¡Pues si tú no lo eres, yo sí y mis hijos también! Me criaron con las Damas de hierro, mi padre se dejó la piel en las llanuras y su padre antes que él.
   Con paso decidido se marchó y no volvió hasta bien entrada la noche, acompañada de su padre y madre que fueron a ver como dormian las criaturas y luego se sentaron a cenar algo rápido.
- Ya me parecía a mi que eras un fanfarrón - ¡Mamá! - Ni mamá ni gaitas. Tantas batallitas e historias y ahora te asustas por hacer unas preguntitas de nada ¡Será como un paseo por las ciudades castellanas!
- Pero que sabrás tú sobre Castilla.
- ¡Y qué más da lo que sepa! Vives aquí y nunca has hecho nada por el Skab. Todos le hemos servido a él y al baluarte, hemos vigilado las fronteras y mientras tanto nuestras mujeres afilaban sus lanzas, cuidaban de los niños y traían el pan a casa. Tú no has pasado nada de eso, ahora es tu momento de demostrar que eres uno de los nuestros - Karina se cruzó de brazos y apretó los labios ¿Tan difícil era dejarlos en paz?
- Gabin, te queremos, en cuanto nuestra hija te trajo a casa y nos pediste su mano, te quisimos. Se te ve un hombre capaz de defender a mis nietos y respetar a mi hija. Lo mismo que quisieron mis padres para mí. Siempre hemos confiado en que si llegaba el momento te dejarías la vida por protegerlos - mirando a la buhardilla, donde descansaban los pequeños- y ahora es ese momento, Gabin. Si se acerca una guerra y tú puedes darnos la ventaja ¿No nos ayudarías? ¿No querrías evitar que tus hijos vean lo que tu has visto? ¿No quieres que se sientan orgullosos de su padre y puedan decirles a sus amigos que por sus venas corre sangre de héroe?.
-¡Ya basta! -dijo Karina dejando la silla caer- No lo soporto más, habéis venido a traer la desgracia a esta casa. Queréis que se marche y que lo pierda. No lo permitiré - intentaron calmarla, pero no les fue posible.
Karina intentó echarlos, pero Gabin se opuso - Es muy tarde para que se vayan, ve a prepararles la habitación grande.
-¡Ja! ¿Yo? Ni muerta, prepárasela tú que no has hecho nada por que se pongan de nuestro lado.
Karina desapareció en la noche.

Cuando Gabin acabó de preparar la habitación, bajó al salóm. Ahí estaba Jurgen, su suegro, tomándose una cerveza.
-¿Preparándote para coger el sueño?
-No, preparandome para lo que te tengo que decir
-Por favor, no. Ya he tenido bastante.
-Tranquilo, nuestras mujeres ya tienen caracter por nosotros dos. Cógete una jarra y vamos a dar una vuelta.
 Jurgen salió fuera y esperó. Gabin salió con un pichel de vino y el fanal para verse en la noche. Anduvieron un rato hasta encontrar la higuera desde donde se veian los campos, ahora oscuros como el demonio. Jurgen apuró el trago y dejo la jarra entre sus pies.

Cuando yo tenía 14 años me alistaron en los jinetes pardos, no es que me gustase la idea, por mucho que fuese un chaval y nos llenaran la cabeza de conceptos como honor, valentía y esas cosas.
Yo quería estar con mi novia, que no es la bruja que conoces ahora, entonces era dulce y jóven - Dijo riendo- Yo era muy feliz. Y apunto estuve de mandarlo todo a la porra y largarme con ella. Pero cumplí con mi obligación, no por gusto, si no por que sabía que la paz que estabamos viviendo se debía en gran parte a que nuestros enemigos nos temian. Yo quería estar con los mios, pero también quería defenderlos. Así que cogí mi petate y me fui.
 Fueron años duros, lejos de mi familia y de mi mujer, a la que sólo veía por unos días. Cada noche la amaba como si fuera la última y me llevaba ese recuerdo conmigo.
 En un par de ocasiones casi no lo cuento, pero pensé que mejor sufrirlo yo que Marian o mis padres - Jurgen buscó a tientas la jarra, queriendo terminar el poso, Gabin le pasó el pichel. Después de pegar un trago, su suegro puso cara de insatisfacción ya que esperaba el sabor de la cerveza y encontró vino en su lugar.

Gabin suspiró - Cuando yo tenía doce o trece años me metí a mochilero en una compañia mercenaria. No pasaron ni dos meses hasta que me tocó cortar la primera garganta. Desde entonces no había parado de matar, siempre por dinero - Sacudió la cabeza como alejando esos pensamientos - dejé todo eso atrás el día en que conocí a tu hija. No sabes cuanto me cambió.

-Si que lo sé. Se quien entró a hurtadillas en la habitación de mi hija, hace ya doce años o así. Y se quien tengo delante. Oye, lo entiendo. Te juro que lo entiendo, pero que quieres que te diga, es el rol que nos ha tocado como hombres. Las tareas de ellas - dijo señalando con el pulgar hacía atrás- no son de buen gusto, pero las aceptan. He oído a mi hija chillar de dolor por cada parto que ha tenido. He temido por ella, cuando nació Edgar, pensé que la perdiamos, pero aguantó como una campeona. Esta es una tierra desagradecida y seca. Los débiles no duran mucho.

Gabin miraba al suelo - No, no lo sabes. Tu te marchaste a proteger a los tuyos. Yo era un asesino, un violador, un ladrón - Jurgen no se sorpendió mucho- Nadie me había querido nunca, nadie me había dado tanto. No sólo tengo miedo de no volver, lo que tengo miedo es de volver a despertar al lobo ¿Sabes a que me refiero?
 Jurgen asintió condescendiente - En eso me temo que no puedo ayudarte mucho- dijo mientras se levantaba - Preocupate de los problemas que tienes ahora, y cuando estés ahí fuera saca a la bestia. Ya nos ocuparemos de matarla después.

 Tomaron el camino de vuelta, cansados y taciturnos. Jurgen se invitó a quedarse con su mujer en la posada hasta su regreso y ayudar en lo que hiciese falta - Y no te preocupes por ese Omer, si se pone tonto, todavía tengo un brazo fuerte y una espada afilada para partirlo en dos si hace falta - dijo medio en broma.

 Él se estaba comportando como un cobarde, lo sabía. Él, que había comandado ejércitos, que había apaciguado rebeliones a base de cuchillo. Él, que había mantenido a ralla a convictos recién liberados, con el único objetivo de dejarse la vida sirviendo en alguna estúpida misión para el noble de turno. Los años lo habían ablandado, lo habían convertido en el típico viejo del que se reían en las tabernas. Era otra vida. Pero podía hacerlo una vez más, sólo una vez más y la deuda estaría saldada. "El pasado siempre vuelve" se decía en oriente.
 A la vuelta, en la quietud de la noche y cuando ya sólo les faltaba medio camino, sólo se oia un ligero tintineo metálico. Apretó el paso, dejando atrás a su suegro y empezó a arrepentirse de haberse marchado. Los hombres de Omer podían haber aprovechado y tomar a su familia como rehén para forzarle a actuar. Corrió en mitad de la noche, con los pulmones y las piernas quemándole como antorchas. El fanal se le escurrió entre las manos, no importaba, las estrellas le iluminarían o se partiría la crisma. Y entonces llegó.
 En las casas de alrededor una luz titilaba tímida mientras los insomnes observaban La Posada del Este. Fuera, una figura metálica lanzaba estocadas en soledad.
 Guardia en primera, cubriendo el lado izquierdo superior. Guardia en tercera, desviando bajo y a la diestra, sujetando la lanza con ambas manos. Firme, decidida. A fondo, una vez, dos y tres veces. Perforando casco, peto y faldón de un enemigo invisible.
 Medio giro, restallando la lanza contra la sien de otro enemigo.
 Karina practicaba sola, en medio de la oscuridad, unicamente rota por una antorcha clavada en el suelo, junto a una pequeña piedra de amolar. Vestía peto y faldón de escamas de bronce, bacinete cerrado con una cresta de puntas afiladas, simulando la crin de un equino.
 Se había recogido el pelo en una trenza que le cubría la espalda. Cuando Gabin llegó, ella tiró el casco al suelo, con una mano asió la lanza y con otra la trenza y de un corte la dejó caer.
 Era la mujer con el pelo más largo de la zona, su marido jamás había tenido que marchar. Cuando una mujer se quedaba sóla, se cortaba el pelo, para que no fuese un impedimento a la hora de defender su hogar.
 Gabin atónito no supo reaccionar. Al momento llegó Jurgen resollando. Poco a poco, los aldeanos fueron saliendo de sus casas. Un grupo de mujeres los fue rodeando, todas armadas, desde la más joven en edad casadera, hasta la más anciana. Llevaban lanzas o arcos, según la tradición, las armas que toda mujer debía dominar.
 Un salmo tomó la noche:
    Sobre la tierra parda
    bajo la luz del día
    siempre a la vanguardia
    está el caballo y su barda.
    Un hombre lo monta
    con armadura brigantina.
    Su escudo le da la vida
    y su espada la quita.
    Que tus ancestros te guíen
    en la oscura noche
    y en el día.
 
    Parten de casa
    escudo y espada.
    Llegan a ella
    arco y lanza.
  
    Mientras tu guardas
    nuestras vidas
    nosotros guardaremos
    a tu familia.
  
    Que tus ancestros te guíen
    en la oscura noche
    y en el día.
   
    Eres la última frontera
    entre la muerte y la vida
    guardanos caballero
    hasta que termine el día.


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