The day of Cthulhu capítulo 27

viernes, 9 de julio de 2010

Carl atravesó la ventana junto a la entrada principal, llegando a trompicones al coche. Arrancó a la primera, le dio cinco segundos para calentar el motor."Uno" un gritó inundó la noche, la garganta de Charles se rompió de dolor, llorando y gimiendo. "Dos" el periodista dejó caer a La Profe al suelo, para llevarse las manos a la cabeza mientras seguía chillando. "Tres" Carl agachó la cabeza y cerró los ojos. "Cuatro" las luces del pueblo habían sido apagadas, una tras otra, hasta no dejar ni una. "Cinco" la Luna salió de nuevo.

El vehículo ronroneó con los primeros metros y luego se detuvo. La luz de la Luna parpadeó.

"Cobarde, cobarde, cobarde"

La Profe cayó como un peso muerto "Viene a por mi, viene a por mi". Se acercaba, la silueta era cada vez más grande y reconocible. "Estamos perdidos, todos", con un último aleteo la criatura se posó en tierra. La Profe se mordisqueaba los dedos, quizás un dolor alejaría al otro.


"Esos dos desgraciados...". Lejos, en el pueblo, bestias aladas rebuscaban entre la devastación, quizás hubiese algún cuerpo intacto.


La criatura de pesadilla tenía el aspecto de una avispa con cabeza buitresca. Su piel era escamosa cómo la de un dragón. No era la misma aberración que ya había visto en su mente, sólo otra malformación del caos.

Carl vio por el retrovisor como la bestia observaba a la pareja con curiosidad. El neoyorquino averiguó sus intenciones, llevó el coche a su altura y buscó el arma. La criatura pareció asustarse al principio y luego tanteó con curiosidad la máquina negra que tenía ante si. Le dio un picotazo rápido que produjo un sonido metálico. Carl luchaba por no quedarse paralizado, esta vez no. De él dependía que la extraña pareja no acabase en las tripas de aquella aberración. Cuando la cabeza picuda se acercó a la ventanilla del acompañante...el pico de la criatura saltó en pedazos, el engendro gorjeaba y se agitaba de un lado a otro. El coche dio un giro y la arrolló a poca velocidad, para después arrastrarla colina abajo, hasta que las piedras y la tierra desollaron su quitinoso cuerpo.

En el bosque, donde todo empezó, alguien se alzaba y recogía un viejo libro, repasó cada uno de los párrafos y los recitó en voz alta. Los ideogramas de los montículos volvieron a brillar con fuerza.


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